jueves, 28 de junio de 2012

La financiarización de nuestras vidas




Resulta triste comprobar cómo gran parte de los males que nos aquejan tienen su origen en un comportamiento individual y colectivo sinceramente estúpido.
En una ocasión leí un ensayo muy interesante sobre el triunfo de la sociedad de consumo en el siglo XX, que defendía una tesis que, vista a toro pasado, resulta premonitoria. La idea conductora de ese texto venía a decir lo siguiente: la aceptación generalizada de la sociedad de consumo estriba en que ésta resulta francamente irresistible, una vez que se desarrolla en toda su plenitud. Y lo increíblemente cierto es que esta idea es acertada, bien sea porque se está disfrutando esa sociedad de consumo, o bien porque se tienen expectativas de disfrutarla.

Visto así, es posible concluir que, al fin y al cabo, las burbujas económicas, una vez que entran en expansión imparable, son irresistibles para gran parte de la población. ¿Quién podía resistirse, al fin y al cabo, a pedir un dinero prestado para comprar un inmueble en plano y revenderlo en meses con una plusvalía sustancial?. “Había que ser estúpido para no entrar en este juego”, dijo Stiglitz, en tono irónico, en una de sus conferencias a las que tuve el placer de asistir. Este modo de actuar era pura y simplemente irresistible.
Durante años descubrimos que la financiarización de nuestras actividades y nuestras decisiones eran suficientes para soslayar en gran manera el efecto del pecado original judeocristiano que nos obligaba al trabajo esforzado. Así, con sólo mover papeles y firmar, obteníamos, en breve espacio de tiempo, pingües beneficios. Y ello se demuestra con la constatación de que a gran parte de la población, coincidente mayoritariamente con la generación de españoles que eran ya poseedores de una o varias viviendas pagadas hace décadas con el beneficioso efecto de la inflación (no hay nada mejor que la inflación para aquél que está pagando un crédito), les había tocado literalmente la lotería. De pronto, y sin mover un músculo o quemar una neurona, esta generación de españoles era literalmente rica.
El problema es que, cuando se utiliza el pensamiento sistémico para analizar la realidad, se da uno cuenta rápidamente de que la realidad es otra, y que en las burbujas, y también en la letra pequeña, se encuentra el diablo. Alguien tiene que pagar y, si no es así, es que la riqueza generada está sustentada en aire: el típico gigante con los pies de barro. Es un proceso similar a la eutrofización de las masas de agua por aportación ingente y puntual de nutrientes. Ello provoca una explosión de actividad tal que ésta llega a consumir todo el oxígeno presente en el agua y toda esa exuberante vida llega a su fin abruptamente, generando episodios de mortandad generalizada y la corrupción subsecuente de todo el ecosistema.
Sí, vendimos nuestra alma al diablo, y no pensamos en las consecuencias que ello pudiera tener. Eso es cierto. Hay que recordar que, en esos años, el argumento más determinante para, por ejemplo, acometer obras de reforma en las comunidades de vecinos, era que nuestra propiedad inmobiliaria iba a revalorizarse con esa reforma. Casi todos estaban metidos en ese juego, o aspiraban a estarlo. Era sencillamante irresistible.
La financiarización de nuestras vidas cabalgó durante años a lomos de nuestra autocomplacencia sin percatarnos de que esta dinámica respondía a un diseño político que estaba determinando las relaciones de poder de las próximas décadas. Y digo bien, diseño político, y no económico. Nadie en su sano juicio dentro de la economía seria (de la que excluyo a los economistas neoliberables, que son simples marionetas justificadoras de un cierto diseño político) puede ni podía justificar que la financiarización de la economía pudiera tener un final feliz, simplemente porque no es economía, sino simple movimiento de dinero sin oficio ni beneficio. La segunda ley de la termodinámica concluye que nada en el mundo físico en el que vivimos ocurre sin pérdidas netas de energía, y que, por lo tanto, toda creación de orden se hace a costa de la generación termodinámica de un desorden mayor en otro lugar o en otro tiempo. Todo lo que creamos tiene que sustentarse en algo real y físicamente determinado por algo. No es posible crear algo de la nada y hacerlo, además, sin invertir nada. La creación de riqueza financiera no tiene sustento físico en el mundo en el que vivimos. Cuando la economía se sustenta en lo financiero, cuando el montante ficticio de lo financiero supera varias veces el montante de lo real, los ecólogos sabemos que estamos eutrofizando el sistema, que la caída está a la vuelta de la esquina, y que ella traerá el inevitable incremento de las tasas de mortalidad y de los niveles de sufrimiento.
Quizás el Banco Central Europeo deba aplicarse en el futuro al control de las burbujas financieras más que al control de la inflación.

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