Resulta triste
comprobar cómo gran parte de los males que nos aquejan tienen su origen en un
comportamiento individual y colectivo sinceramente estúpido.
En una ocasión leí
un ensayo muy interesante sobre el triunfo de la sociedad de consumo en el
siglo XX, que defendía una tesis que, vista a toro pasado, resulta
premonitoria. La idea conductora de ese texto venía a decir lo siguiente: la
aceptación generalizada de la sociedad de consumo estriba en que ésta resulta
francamente irresistible, una vez que se desarrolla en toda su plenitud. Y lo
increíblemente cierto es que esta idea es acertada, bien sea porque se está
disfrutando esa sociedad de consumo, o bien porque se tienen expectativas de
disfrutarla.
Visto así, es
posible concluir que, al fin y al cabo, las burbujas económicas, una vez que
entran en expansión imparable, son irresistibles para gran parte de la
población. ¿Quién podía resistirse, al fin y al cabo, a pedir un dinero
prestado para comprar un inmueble en plano y revenderlo en meses con una
plusvalía sustancial?. “Había que ser estúpido para no entrar en este juego”,
dijo Stiglitz, en tono irónico, en una de sus conferencias a las que tuve el
placer de asistir. Este modo de actuar era pura y simplemente irresistible.
Durante años
descubrimos que la financiarización de nuestras actividades y nuestras
decisiones eran suficientes para soslayar en gran manera el efecto del pecado
original judeocristiano que nos obligaba al trabajo esforzado. Así, con sólo
mover papeles y firmar, obteníamos, en breve espacio de tiempo, pingües
beneficios. Y ello se demuestra con la constatación de que a gran parte de la
población, coincidente mayoritariamente con la generación de españoles que eran
ya poseedores de una o varias viviendas pagadas hace décadas con el beneficioso
efecto de la inflación (no hay nada mejor que la inflación para aquél que está
pagando un crédito), les había tocado literalmente la lotería. De pronto, y sin
mover un músculo o quemar una neurona, esta generación de españoles era
literalmente rica.
El problema es que,
cuando se utiliza el pensamiento sistémico para analizar la realidad, se da uno
cuenta rápidamente de que la realidad es otra, y que en las burbujas, y también
en la letra pequeña, se encuentra el diablo. Alguien tiene que pagar y, si no
es así, es que la riqueza generada está sustentada en aire: el típico gigante
con los pies de barro. Es un proceso similar a la eutrofización de las masas de
agua por aportación ingente y puntual de nutrientes. Ello provoca una explosión
de actividad tal que ésta llega a consumir todo el oxígeno presente en el agua
y toda esa exuberante vida llega a su fin abruptamente, generando episodios de
mortandad generalizada y la corrupción subsecuente de todo el ecosistema.
Sí, vendimos nuestra
alma al diablo, y no pensamos en las consecuencias que ello pudiera tener. Eso
es cierto. Hay que recordar que, en esos años, el argumento más determinante
para, por ejemplo, acometer obras de reforma en las comunidades de vecinos, era
que nuestra propiedad inmobiliaria iba a revalorizarse con esa reforma. Casi
todos estaban metidos en ese juego, o aspiraban a estarlo. Era sencillamante
irresistible.
La financiarización
de nuestras vidas cabalgó durante años a lomos de nuestra autocomplacencia sin
percatarnos de que esta dinámica respondía a un diseño político que estaba
determinando las relaciones de poder de las próximas décadas. Y digo bien,
diseño político, y no económico. Nadie en su sano juicio dentro de la economía
seria (de la que excluyo a los economistas neoliberables, que son simples
marionetas justificadoras de un cierto diseño político) puede ni podía
justificar que la financiarización de la economía pudiera tener un final feliz,
simplemente porque no es economía, sino simple movimiento de dinero sin oficio
ni beneficio. La segunda ley de la termodinámica concluye que nada en el mundo
físico en el que vivimos ocurre sin pérdidas netas de energía, y que, por lo
tanto, toda creación de orden se hace a costa de la generación termodinámica de
un desorden mayor en otro lugar o en otro tiempo. Todo lo que creamos tiene que
sustentarse en algo real y físicamente determinado por algo. No es posible
crear algo de la nada y hacerlo, además, sin invertir nada. La creación de
riqueza financiera no tiene sustento físico en el mundo en el que vivimos.
Cuando la economía se sustenta en lo financiero, cuando el montante ficticio de
lo financiero supera varias veces el montante de lo real, los ecólogos sabemos
que estamos eutrofizando el sistema, que la caída está a la vuelta de la
esquina, y que ella traerá el inevitable incremento de las tasas de mortalidad
y de los niveles de sufrimiento.
Quizás el Banco Central
Europeo deba aplicarse en el futuro al control de las burbujas financieras más
que al control de la inflación.
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